Recordemos que, a través de la historia, los humanos hemos afrontado un sinnúmero de “plagas” peligrosas producidas por virus provenientes de animales. Entre las más recientes se encuentran los murciélagos (el Ébola); la civeta (el SARS); los perros (la rabia); los monos (el Sida), y las gallinas (la gripe aviar).
Aunque a raíz de la reciente pandemia, China prohibió temporalmente el consumo de animales salvajes, al igual que de perros y de gatos, el problema es más grande de lo que nos imaginamos.
Los mercados callejeros, donde se mezclan muchísimos ejemplares de animales silvestres en dudosas condiciones de salubridad, tienen a la comunidad científica en alerta roja, puesto que de ahí provienen las enfermedades zoonóticas (contagios de animales a humanos), como es el caso del reciente Covid-19.
Poblaciones enteras de Asia, África e inclusive Latinoamérica, consumen animales silvestres por necesidad y por pobreza; sin embargo, en zonas como China y Vietnam, la demanda es derivada de absurdas creencias medicinales y afrodisíacas.
Aunque los gobiernos tratan de educar a sus habitantes sobre el enorme riesgo que conlleva el comercio y el consumo de este tipo de animales, cambiar la mentalidad de poblaciones enteras con tradiciones arraigadas, la falta de comunicación y la falta de estadísticas, hacen de esta tarea una misión casi imposible.
El riesgo no sólo está presente en el consumo, sino también en el tráfico; las cantidades de animales salvajes que se comercializan hoy en día son enormes, y la facilidad con que estos animales viajan de un lado al otro del mundo en cuestión de horas, hace que el peligro sea aún más latente. La ONU calcula que el tráfico ilegal de especies silvestres protegidas, genera más de 10 millones de dólares al año.
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