¿A quién no le gusta lucir una dentadura blanca e impecable y una sonrisa llena de luz? Se dice que los dientes blancos son símbolo de juventud y bienestar; sin embargo, detrás de esa blancura inmaculada, se pueden esconder varios problemas odontológicos y de salud.
Para comenzar, la dentadura totalmente blanca no existe. El color depende de la genética, de las capas de los dientes, de tu edad, y del desgaste a través de los años. No obstante, existen diversos factores intrínsecos que pueden llegar a manchar los dientes, como el consumo de medicamentos, golpes o descalcificación. Otras causas externas pueden deberse al consumo cotidiano de vino, café, té, colorantes, frutas oscuras o fumar.
Para lograr aclarar el color de los dientes, se emplean productos químicos capaces de eliminar el esmalte dental superficial, y aunque existen estudios que aseguran que la técnica es relativamente inofensiva, se continúa reportando que estos tratamientos suponen riesgos para los tejidos que rodean al diente, e incluso al diente en sí mismo.
Según la Asociación de Dentistas de Estados Unidos (ADA), el blanqueamiento puede conducir a una sensibilidad extrema y a la inflamación e irritación de las encías. El peróxido de hidrógeno -utilizado comúnmente en una gran variedad de blanqueadores-, no debe superar el 0.1%, por riesgo a daños en la faringe, pero muchos tratamientos superan estas cantidades. Los químicos también pueden llegar a producir quemaduras en el tejido gingival, o incluso producir la muerte del diente, si alcanzan al tejido interior.
En general, unos dientes blancos no son más sanos que unos naturalmente amarillentos, y aunque el tratamiento blanqueador logre bajar varios tonos el color, con el tiempo volverán a tomar el matiz inicial. Expertos advierte que, la tendencia de blanquearlos permanentemente, conduce a un círculo vicioso y a muchos más riesgos.
